La vida no es un McDonald's

La vida no es un McDonald's

Este jueves empezaron los «Encuentros de Pamplona», una bienal internacional de cultura, arte y pensamiento. O al menos así lo definen ellos. Hay varios eventos, pero lo principal son las charlas que se hacen durante esta semana y media, con entrada gratuita. Y había que aprovechar que hacen algo en Pamplona que no sea ruido debajo de mi casa, así que cogí entradas para tres charlas.

Bueno, para cuatro, técnicamente debería estar ahora en una, pero he preferido quedarme para deleitarte con mis palabras.

El jueves fui a la conferencia que abría el ciclo, Sobre el amor y Eros, que lo presentaban como un diálogo entre Pascal Quignard y Ramón Andrés, dos escritores. Una hippiada infumable, sin amor y sin Eros, una excusa para que Ramón Andrés, comisario de la bienal, invite a su colega y se vayan de vinos con nuestra pasta. El diálogo fue inexistente: una «mediadora» leía frases de ambos autores y estos las pseudodesarrollaban sin aportar prácticamente nada. Hubo más silencio que diálogo; pero no silencio reflexivo: silencio incómodo, donde Pascal esperaba a que alguien dijera o propusiera un tema interesante, algo que no sucedió en la hora y media que duró el sufrimiento. Por desgracia ese silencio a veces se rompía para decir gilipolleces del nivel de «El piano nació con Chopin». Para culminar, un microconcierto de viola de gamba pésimamente sonorizado, algo criminal teniendo en cuenta que todo sucedía en Baluarte, el gran auditorio de Pamplona.

La segunda oportunidad se la llevaba Una civilización nihilista, algo que pintaba mucho mejor. Cualquiera que me conozca sabe que el nihilismo es el barro que surfeo como buen orfebre de lo grotesco, y esta vez el diálogo funcionó... a medias. Los conversadores en este caso eran Gilles Lipovetsky y Francisco Jarauta, dos filósofos entrados ya en su octava década de vida.

Gilles Lipovetsky, a la izquierda, intentando no dormirse

Escuchar al francés, también sociólogo, era tremendamente interesante. Desde lejos y gracias al astigmatismo, parecía mucho más joven: se expresaba con fuerza y su discurso era contemporáneo. Hablaba de manera crítica sobre la intensidad y la rapidez del mundo actual, un discurso que me recordaba al de La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han del que hablé en el primer post de este blog. Escuchándole a él es cuando escribí en mis notas: El mundo no es un McDonald's, haciendo referencia precisamente a ese estrés social que se ha creado en torno a la generación del scroll infinito. Es más, después de la conferencia me compré la que parece ser su gran obra, La era del vacío. Pero para compensar la balanza, a su izquierda se sentaba el zaragozano con apellido de calle pamplonesa, una especie de Punset pedante anclado en los 60 con ínfulas de polímata que en cada frase tenía la necesidad imperiosa de hacer uso del mayor esnobismo lingüístico que jamás he presenciado. Pero sin sentido alguno, con frases como «Comunikeishion, comunikeishion and comunikeishion». Y lento. Exageradamente lento, como si hablara a 0.5x.

Justo unos días antes me decía Lord Draugr que yo soy bastante pedante, pero mi pedantería es intrínseca a mí: no la busco, simplemente es, sin pretensiones. La de Jarauta era todo lo contrario, una muestra absoluta de sus carencias comunicativas, sin duda.

De la última conferencia no puedo decir mucho: fue interesante escuchar a la Premio Nobel Herta Müller, pero debido a problemas vocales no pudo durar lo que debería, así que poco más que agradecerle el esfuerzo.


Total, que después de toda esta anomalía intelectual en la capital de los fueros, hoy mientras desayunaba me he puesto a ver a Casey Neistat como de costumbre, y el azar (y la miniatura de calvo, no te voy a engañar) ha hecho que acabara en este vídeo de aquí. Resumiendo, habla de otro vídeo suyo en el que se gastó 21.000$ en un billete de avión y que en 7 días había superado los 20 millones de visitas (¡en 2016!) y de por qué y cómo se viralizan los vídeos. Y la palabra que se me ha quedado grabada a fuego es inocuo. Y creo que tiene razón, aunque no en el sentido más literal de la palabra: para que un vídeo sea viral, tiene que interesar a mucha gente, y por regla general cuanta más carga personal tenga el contenido, más detractores va a tener y menos interés general va a generar. Los ejemplos más claros de virales que me vienen a la cabeza son una muestra de ello: Mr Beast, gatitos kawaii, gente dándose leñazos, rusos locos... Sin importar el nicho, todos tienen en común lo mismo: cuando te vas a la cama, no ha cambiado nada en ti. No has aprendido nada, no te ha hecho reflexionar, no has tenido siquiera que prestar atención de manera activa al contenido; este, simplemente, ha sucedido.

Vivimos en un momento donde las opiniones diferentes no se aceptan, no sirven para desarrollarnos y generar una discusión sana o reflexionar sin necesidad de convencer; el miedo a estar equivocados, a enfrentarnos a nuestros propios pensamientos que hemos establecido como obvios e inamovibles hace que crucifiquemos lo diferente. No sé, a mí me encanta escuchar a Ernesto Castro pese a que difiero en muchas cosas con su pensamiento.

Un vídeo viral tiene todas las características que no me interesan, incluida la suerte que el propio Casey menciona. Y sin embargo, es a lo que todo creador debe apuntar a día de hoy, y más que por ego, por pura necesidad de crecimiento. Sí, lo sé, hay excepciones como en todo, pero el formato viral está para saciar esa vida estilo McDonald's de comida basura y rápida, que te quita el mismo tiempo o más que un contenido realmente bueno de la misma manera que el McDonald's te cobra más que un menú en cualquier bar de su alrededor y, sin embargo, siempre está lleno. Pero a mí no me gusta que me estafen. Me gusta un asador, con su brasa, su txuleta, su vino.

Ahora mismo no tengo tiempo de hacer los vídeos que tengo en mente porque estoy intentando monetizar un canal que es como una cheeseburger: fácil de hacer y con un público amplio al que vender. Inocuo. Pero una vez acabe con este proyecto, retomaré el canal de Youtube y lo trataré como el restaurante al que me gustaría ir: producto de calidad, fuego lento, café, postre y copa. Y carne, mucha carne. A veces ir en contra de una tendencia, crea otra tendencia. Y a veces no. Pero siempre se va uno a la cama más a gusto después de haberse zampado una txuleta de 3 dedos.

Buen inicio de semana,

A.