Un elefante en la silla eléctrica

Topsy era un elefante que había trabajado en el circo, en la construcción y en exhibiciones para turistas en Nueva York, y en 1903 fue ejecutado por matar a 3 hombres. O, como dicen los estadounidenses: en defensa propia. Uno de ellos intentó darle de fumar; otro le pegaba; y el tercero, probablemente, estaba en el lugar equivocado.
Pero la ejecución no podía ser de cualquier forma: había que aprovechar para hacer un show. Había que hacer el espectáculo del siglo y… monetizarlo, claro. Y lo hicieron como se hace ahora, poniendo una cámara y aceptando público.
A día de hoy sigue habiendo gente que cree que fue Thomas Edison el verdugo, aunque la verdad es que él solo prestó el sistema eléctrico. Como puedes imaginar, esto causó un escándalo enorme, más de lo que lo hacía cualquier otra ejecución en la silla eléctrica.
Parecía impensable hacer algo así a un animal, y es que parece que la ética permite la ejecución de un ser vivo dependiendo de su tamaño y peso. Nadie se escandaliza si matas una mosca, pero si le pegas a un perro puedes acabar en el calabozo.

Esto puede parecer algo muy evidente, pero no hay una división objetiva para decidir qué sí y qué no podemos (o debemos) hacer. A priori podemos pensar que la línea está en si el animal puede causarte algún tipo de daño, pero sabemos que no es así: nadie se escandaliza si matas una hormiga, y el daño que puede causarte una cucaracha no es muy relevante.
Así que, ante la falta de una ética coherente, voy a proponer una tabla por tamaños sobre la ejecución animal; dejando a un lado, eso sí, los casos en los que el objetivo es comerse a ese animal. Tampoco hablaré de animales en peligro de extinción, ya que si ese es el único motivo… bueno, tampoco te importará tanto el sufrimiento, digo yo.

Teoría moral del sacrificio animal por tamaños.
Nivel 1 - Lo insignificante
Animales de menos de 10 gramos y/o 3 centímetros de longitud.
No lo vemos como una vida y, por ello, ni siquiera lo pensamos como una muerte. Moscas, pulgas, mosquitos, piojos, bichos de la humedad… Los vemos como un ente externo que nos molesta en nuestra tranquila y ecológica vida, así que no hay problema en aplastarlos sin que nos tiemble la conciencia. No darían ni para una story. No hay cara, ojos, ni dolor visible.
Nivel 2 - Lo suprimible
Animales de hasta 5 kilos y/o hasta 30 centímetros de longitud.
Ratones, ratas, arañas, cucarachas, serpientes… Las redes están llenas de vídeos de héroes acabando con alguno de estos y salvando así a la humanidad, lo que prueba que hay cuerpo suficiente para generar un rechazo, incluso miedo, pero no culpa. Se les mata como reacción natural, como respuesta única evidente, pero en este tamaño comienza el choque sentimental que nos sugiere una duda ética: la reacción al daño.
Ya hay un tamaño suficiente para oír los gritos, quejas o como quieras llamarlo y, en algunos casos, las expresiones faciales o movimientos corporales. Hay una reacción a lo que estás haciendo… pero no es relevante, siempre que lo hagas lo suficientemente rápido.
Así como el primer nivel permite la crueldad, el segundo la elimina, estableciendo así una condición. Matar sí, pero sin ensañamiento.
Nivel 3 - El vínculo íntimo
Animales de 5 hasta 50 kilos y/o de 30 centímetros hasta 1,5 metros de longitud.
Esta es la zona del conflicto: gatos, perros, cerdos, monos. Aquí están los animales con los que podemos generar un vínculo, encerrarlos en casa 23 horas al día y decir que los queremos y que nos quieren. Tienen un tamaño tan grande como para poder ver en ellos diferentes expresiones faciales, mostrar afecto, y si los pinchas, gritan. También son lo suficientemente grandes sus heces y micciones: son como nosotros.
Y claro, no podemos hacer daño si son como nosotros, si tienen nombre, si pueden querer o, más bien, si «nos quieren». La única justificación en este caso es el sacrificio por su bien (o por el bien de nuestro bolsillo, si la operación es muy cara).
Nivel 4 - El vínculo simbólico
Animales de más de 50 kilos y/o más de 1,5 metros de longitud.
Aquí entran los animales que, más que un vínculo emocional, nos generan un respeto simbólico (y, a veces, miedo): caballos, vacas, toros, gorilas, delfines, elefantes… incluso en una situación de defensa personal, de vida o muerte, acabar con la vida de uno de ellos no se ve con buenos ojos.
Aunque sí podemos utilizar su tamaño y rareza para generar contenido, como si de Pokémons legendarios se tratara: rodeos, delfines y orcas que bailan, paseos en elefante…
En este caso hay un añadido, y es que por el peso y el tamaño, ya no somos capaces de acabar con ellos con nuestras manos, necesitamos ayudarnos de un arma. Y claro, ahí perdemos el honor y nos convertimos en cobardes. Como si cientos de miles de años de evolución fueran la muestra de la cobardía.
Y aunque parece que no hay más… sí, hay un nivel extra.
Nivel 5 - La excepción
Animales del nivel 4, pero…
Hay una serie de excepciones que hemos dado por buenas especialmente en estos animales del nivel 4. Y cuando digo «hemos» no es que use el plural mayestático, me refiero como sociedad, estemos tú y yo más o menos de acuerdo.
El ejemplo más claro son, precisamente, los ya nombrados toros. Con una variedad de excusas como argumentos, no solo se permite matarlos, sino regocijarse en la tortura previa a cambio de dinero.
Otra excepción es la que hemos visto al inicio: matar en defensa propia está reservado para la raza humana; si lo hace otro animal, será sacrificado y con orgullo. Topsy empezó a ser un problema cuando dejó de ser rentable.
Por otra parte, y a veces en base a creencias populares o hollywoodismos, no vemos de la misma manera la muerte de dos animales ciertamente similares. Vemos peor el sufrimiento de un delfín que el de un tiburón, y el de un águila que el de un buitre.

Este punto 5 se repite de alguna manera también con los humanos. Los condenados a muerte no se ejecutan en secreto. Se hacen públicos, se anuncian, se conocen sus últimas comidas, sus últimas palabras. Todo el procedimiento está diseñado para que no haya duda de que eso es justicia, de que eso es necesario. Para mandar un mensaje vacío, como quien lanza una botella al mar.
La dualidad ética del verdugo. El verdugo que elige su víctima por motivos personales es castigado por el verdugo que elige su víctima como un papel más en la administración. Está mal matar… pero depende.
Seguro que si te has fijado bien en la tabla, estarás pensando que tiene un montón de pequeños puntos muertos, nunca mejor dicho. Y eso es lo bueno, tener dónde aplicar la subjetividad dentro de algo supuestamente objetivo.
Y de eso va, una vez más, la ética. De «dependes». De aceptar la subjetividad en un mundo donde la objetividad no es más que una utopía. De aceptar que, lo que sí sabemos, es que estamos en lo alto de la pirámide, y el resto está por definir.
Y de aceptar, de una vez por todas, que el tamaño sí importa.
Pasa un buen domingo,
A.