Aquel fatídico domingo 12, la sinfonía del fracaso tocaba con fuerza. Ya era el tercer día sin poder colgar la web, y las cosas no pintaban mejor en otros aspectos. Un trabajo en Fiverr se derrumbó ante mis ojos, pues lo que el cliente deseaba era tan improbable como hallar un oasis en Marte. ¡Otro sueño desvanecido!
Sin embargo, el apogeo del fracaso estaba aún por llegar. Descubrí que mi camarada Alex había sido estafado durante años, sufriendo el saqueo sistemático de sus recursos en pago de servicios inexistentes. Era como si hubiese estado financiando castillos en el aire y unicornios. Tal revelación fue impactante, pero, de alguna manera, nos proporcionó otro glorioso fracaso que añadir a nuestro historial conjunto.
Así, el domingo 12 pasó a engrosar mi álbum personal de días plagados de derrotas, contratiempos y oportunidades desperdiciadas. Al caer la noche, me embargó una sensación de gratitud por cada uno de esos descalabros, pues eran recordatorios de que la vida no sigue siempre un guion preestablecido y que cada fracaso encierra una historia digna de ser narrada.